Último Minuto

Emigrar

Por Jorge Suñol Robles
Puede que con este título lo entregue todo. Digo todo, por las implicaciones que pueda tener el infinitivo. Quizá no deje más nada para las líneas de los siguientes párrafos, quizá tú pares de leerme porque pienses que otra vez hablamos de lo mismo, que es un discurso vacío. Es tu decisión quedarte.

Ya sé que nada va a cambiar lo que alguna vez se llamó exilio, ese ir y poder regresar, ese ir y no volver, ese ir que deja ausencias, despedidas, heridas profundas en el corazón. Nada va a cambiar las distancias.


Más de una vez me han preguntado si me quiero ir y yo he dicho que no, que aquí tengo necesidades, pero que quiero quedarme, vivir, morir en esta Isla inquieta y desesperada, mi Isla. Y sí, quiero viajar por el mundo, conocer, sentir la aventura de los aeropuertos, el olor de otros países, escuchar y hablar otros idiomas, congelarme en la nieve, hacerme un selfie en la Torre Eiffel, ir a un concierto de Adele en Londres, bailar en cualquier bar de Nueva York, entrevistar a Meryl Streep, mojarme en las Cataratas del Niágara, recorrer las playas de Río de Janeiro. Sí, todo eso quiero hacerlo, y cronicarlo, describirlo.

Para qué volver sobre cifras de cubanos que diariamente emigran, legal o ilegalmente, eso no es un fenómeno exclusivo de nosotros. Todo el mundo lo hace, por las razones que sean, justificadas o no, de todas partes, de todos los continentes.

Pero cuando te vas quedando solo, cuando varios amigos emigran hacia La Habana, hacia Panamá, Estados Unidos, u otros destinos, cuando ya no forman parte de tu café, tus locuras, tus historias, tus llantos y tus alegrías, cuando se extraña su olor, su voz, su risa, sus abrazos, tienes que volver al recuerdo, a las fotos que te exprimen los ojos, debes ir, obligatoriamente, a tu chat de Facebook, o de WhatsApp, para saber de sus vidas. Y ese aliento que tantos años sentiste tan cerca, pasa una fría pantalla, un diálogo, a veces corto, a veces inconstante.
Emigrar es dejar atrás muchas cosas, es dejar una madre, un padre, es dejar hijos, es tener la esperanza de ser más feliz, de vivir, de sobrevivir, de sostenerse, en ocasiones, en la soledad de un lugar ajeno. Emigrar es la dura distancia que nos hace sangrar, nos hace contar los días para que volvamos todos a estar juntos. Emigrar es renunciar a un suelo, pero es experimentar otro.


Mucha gente piensa que todo el que se va, es porque no ama a su país, porque es “gusano”, porque se cansó de “esto”. No, no es así. Muchos emigran para mejorar económicamente, ayudar a su familia, muchos de los que viven allá, son más cubanos que nosotros mismos.

No puedo justificar a nadie que arriesgue su vida en una travesía, por toda Latinoamérica, por esas fronteras sucias y pagadas. Miles de historias se cuentan a diario sobre el tema, y duele que la necesidad, u otra causa, hayan llevado a ese flujo constante de personas, que se someten a la suerte, la inseguridad y una incertidumbre constante.


 Y los que emigran a la Capital, asumiendo ese eslogan que es de “todos los cubanos”, por mejores posibilidades profesionales, porque más puertas se te pueden abrir, viviendo “eternamente” alquilados en una agitada ciudad, con cuatro y hasta cinco trabajos, donde si no te acostumbras a su ritmo, tienes el riesgo de regresar, y que no se te haya pegado ni el acento. Es sabido que los holguineros tenemos uno de los primeros lugares en esa “locura” habanera ¡Cómo aguanta la vieja de 500 años!

Entonces, te pones a escuchar canciones en la madrugada. Los amigos que se ponían a cantar totalmente desafinados en un karaoke interminable y diverso, los amigos que te regañaban cuando tomabas una mala actitud, que se disfrazaban, que lloraban contigo, que fumaban contigo, ya no están. Se han ido. Abres tu chat. Nos unimos en un grupo. Acordamos vernos, abrazarnos todos, sentirnos. Ojalá sea pronto, ojalá se cumpla nuestro deseo. Ojalá no cambiemos tanto.

(Tomado Periodico AHORA)

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